jueves, 23 de octubre de 2014

Antiguos recuerdos



        Estaba en la sala de la casa de mis abuelos maternos, que estaba debajo de lo que era antes nuestra casa, porque ambas formaban parte del original y extraño edificio que hizo mi abuelo; el trabajo de veinte hombres hecho por uno sólo. La belleza y altitud de ese edificio recordaban a las rocas y sobre todo a la pared de roca, cuyos colores oscilaban entre el rojo, el naranja y quizá algún marrón, de aquella extraña playa.

        Yo estaba sentado en las rodillas de mi abuela que estaba sentada en su sillón en aquella sala blanca resguardada del viento y donde no se oían las olas. Comía cacho de buey, y aunque al principio me había resistido a probarlo, luego resultó estar bueno. Pero el buey no tenía su color natural, sino que mostraba un color producido por su cocción, un color que podría ser similar al color de la gran pared de roca de la playa, en cuya piedra había un agujero erosionado por el mar del tamaño de un humano, como si fuera una puerta, en la que quizá hubiera podido estar aquel crustáceo que ahora yo me estaría comiendo, alguna vez.
        Y cerca de aquella pared en la playa, pero no en aquella blanca sala se hizo una vez una foto.